domingo, 13 de mayo de 2012

Un verso desordenado que de pronto encuentra su sitio.


   Las primeras brisas de aire, de los primeros días de sol y calor, y de los primeros días. En las típicas noches de película para contar estrellas, o para hacer una bonita fogata en la orilla de la playa. Unas almas perdidas, que vivían calada tras calada, y palabra tras palabra, y allí estaba ella, que respiraba deprisa, o quizá lentamente, pensando en mil cosas más que querría decir y pensando en mil cosas más que le gustaría saber. Entonces fue cuando ese suspiro de aire frío y ese silencio de apenas medio segundo, le hizo darse cuenta de que su tiempo se acababa y que debía improvisar sus últimas palabras, y hasta la próxima. Que debía de ser lo más explicita posible, y no tener miedo de una respuesta no tan agradable, o cortés, o tal vez no tan directa como la suya. Apretó un poco sus diminutas  y ahora sudorosas manos, y se dirigió hacia cierto conocido personaje, o no tan conocido como le gustaría, y con una media sonrisa para nada forzada, ni fingida, salieron suaves palabras de su boca, finas como un pequeño trozo de seda, en medio de la situación.

- Y... Bueno, que si algún día estoy en tus planes, te estaré esperando.


   El alma ajena hizo una mueca, y ante tal frase de despedida tan poco común, soltó sin pensar dos veces algo para nada preparado, algo que no tenía en una plantilla, algo... algo con lo cual podía haber quedado bien en una típica comedia americana. Algo así como:

+ Tú ya estás en mis planes.


Se miraron y sonrieron, y sin más dilación, se fueron dando tumbos por esas  calles suyas, sofocadas de calor, y ahora, al fin, después de todo, de lo que no era solo calor.

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